Milanovic, Branko (2020): Capitalismo, nada más. El futuro del sistema que domina el mundo. Madrid: Taurus, 365 pp. ISBN: 978-84-306-2324-2.
Alzás García, Teresa
https://orcid.org/0000-0001-7847-2997
Universidad de Extremadura, España
Año: 2020
Volumen: 8
Issue:2
DOI: http://dx.doi.org/10.17502/mrcs.v8i2.409
Recibido: 6-9-2020
Aceptado: 30-9-2020
Primera página:
Última página:
Palabras clave:
Key words:
Crítica de Libro: Capitalismo, nada más. El futuro del sistema que domina el mundo
El economista Branko Milanovic en su ensayo Capitalismo, nada más trata de hacer una valoración general de los desarrollos recientes del sistema capitalista y de su más inmediato futuro. Es una obra que, en líneas generales está dirigida a un público general, si bien cuando analiza la desigualdad a veces los argumentos se vuelven más técnicos y un lector no acostumbrado a la prosa económica puede sentirse menos cómodo con el texto. En todo caso, los argumentos principales son claros y se encuentran expuestos de un modo accesible.
El libro comienza remarcando el triunfo del sistema capitalista, que no tiene una alternativa real en el mundo actual. Por capitalismo dibuja un tipo ideal tomado de Karl Marx y Max Weber, y lo define como “el sistema en el que la mayor parte de la producción se lleva a cabo por medios privados de producción, el capital contra mano de obra libre desde el punto de vista jurídico y la coordinación está descentralizada. Además, por citar también el requisito propuesto por Josepth Schumpeter, la mayor parte de las decisiones en materia de inversión son tomadas por empresas privada o por emprendedores individuales” (2020: 23). El triunfo del capitalismo, sin embargo, no ha producido un sistema capitalista monolítico.
Según Milanovic, el capitalismo surgido en Europa produjo una gran divergencia en la riqueza de los países que lo adoptaron tempranamente y el resto del mundo. Así, en la Edad Media las diferencias de renta entre Europa y China, por ejemplo, no eran muy grandes. El capitalismo las amplio extraordinariamente. Sin embargo, esta brecha se ha ido reduciendo como consecuencia de la globalización iniciada a finales del siglo XX y la extensión del capitalismo a nivel mundial. La convergencia, sin embargo, no se está produciendo por la adopción de un sistema capitalista mundial uniforme. Al contrario, asistimos a la aparición de dos grandes variedades de capitalismo: el capitalismo meritocrático liberal, representado por los Estados Unidos, y el capitalismo político, liderado por China. En todo caso, el conflicto no se da ya entre diversos modelos económicos, sino en el seno de un único sistema económico: el capitalismo.
El primero de los modelos de capitalismo, el liberal meritocrático. Esta forma ha sustituido al capitalismo clásico, previo a la Primera Guerra Mundial y al capitalismo socialdemócrata, que se desarrolló tras la Segunda Guerra Mundial y entró en declive a partir de la década de los años 80 del siglo XX. El capitalismo liberal meritocrático, que tiene su paradigma en los Estados Unidos, se caracterizaría por ser un sistema desigual, en el cual los ricos lo son tanto por las rentas obtenidas de las ganancias de capital como de sus trabajos. Además, los ricos suelen emparejarse y casarse con otras personas ricas y existe una fuerte transmisión de la riqueza de padres a hijos, conseguida sobre todo a través de una costosa educación de élite. Estas tendencias estructurales han logrado que la reducción de la desigualdad que se produjo durante el capitalismo socialdemócrata se haya revertido y en casi todos los países occidentales se esté produciendo un aumento de la desigualdad.
El segundo de los modelos, el capitalismo político se produce sobre todo en países que provienen de la órbita excomunista. China sería el gran ejemplo. Un elemento fundamental sería la interpretación que realiza sobre el comunismo o el “socialismo real” en la historia. Más que verlo como un enemigo del capitalismo, afirma que su principal fusión fue la de traer precisamente el capitalismo en aquellas sociedades ancladas en el feudalismo y en formas de producción precapitalistas. El comunismo sería, por tanto, una vía no occidental hacia el capitalismo. El capitalismo político, con China como paradigma, se caracterizaría por tener una burocracia eficaz, por una ausencia del imperio de la ley (esta se interpreta flexiblemente) y por la autonomía del Estado respecto a la economía. Este sistema genera dos contradicciones que marcarán su futuro: la que se produce entre la aplicación personalista de la ley y la necesidad de aplicar una burocracia impersonal, de un lado, y, de otro, la corrupción endémica del sistema. Además, es un sistema que como ocurre en el capitalismo liberal meritocrático también genera un aumento de la desigualdad.
Posteriormente analiza el papel de la globalización. Sostiene que el tránsito de personas seguirá estando limitado, ya que la ciudadanía además de una construcción jurídica es un monopolio que confiere a sus poseedores (sobre todo en los países ricos) ventajas sobre los miembros de otras nacionalidades: una prima de ciudadanía. Afirma que el único medio viable para aumentar las migraciones sin que se produzcan choches entre las poblaciones de las naciones más ricas con los inmigrantes pobres, sería conferir una nacionalidad condicionada a estos últimos que no les proporcione todos los privilegios de los nativos. Para Milanovic la globalización está produciendo una convergencia de rentas sobre todo entre los países asiáticos (el capitalismo político) y los occidentales (el capitalismo liberal meritocrático). Los que se están beneficiando menos de esta convergencia son las clases medias de los países occidentales y, en consecuencia, serán los que ponga más trabas a las migraciones entre países ricos y pobres y también a la globalización. Donde sí funciona completamente la globalización serían en las cadenas globales de producción, que han deslocalizado la producción en todo el planeta y aprovechan de este modo la mano de obra global sin necesidad de desplazamientos. En este último sentido, la globalización es más difícilmente reversible, ya que la economía se encuentra tan entrelazada que los movimientos proteccionistas pueden encontrar mayores dificultades a su actuación.
Cuando, en el capítulo final analiza el futuro del capitalismo, sostiene que este ha sido capaz de desarraigar a los individuos de las relaciones sociales. La religión o los “contratos sociales tácitos” ya no son clave para los individuos que, aunque los defiendan de palabra, rigen su conducta de un modo amoral. Y no lo hacen por defectos de carácter, sino por el modo en que está construido el sistema. Las sociedades capitalistas se caracterizan por la atomización (la familia ya no es una institución con tanta utilidad para los individuos) y la mercantilización de todas las facetas de la vida (todos los aspectos de la vida pueden regirse por las reglas del mercado). En este sentido, “el éxito definitivo del capitalismo consiste en haber transformado la naturaleza humana de tal manera que cada individuo se ha convertido en una calculadora excelente de dolor y de placer, de beneficios y de pérdidas. (…) La mercantilización de la esfera privada constituye el apogeo del capitalismo hipercomercializado” (2020: 236, 237). Desde base plantea algunos elementos para analizar el desarrollo futuro del sistema capitalista: el papel de la renta básica universal, el papel del Estado de bienestar o, entre otros, las posibilidades de conflicto entre ambos modelos económicos.