Las políticas culturales para la transformación e inclusión social. Una mirada desde las trayectorias de trabajadores culturales en Uruguay y Argentina

Cultural policies for transformation and social inclusion. An approach from the trajectories of cultural workers in Uruguay and Argentina

Simonetti, Paula
https://orcid.org/0000-0001-8924-0358
Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales Universidad Nacional de San Martín, CONICET, Argentina

Año | Year: 2022

Volumen | Volume: 10

Número | Issue: 2

DOI: http://dx.doi.org/10.17502/mrcs.v10i2.597

Recibido | Received: 13-9-2022

Aceptado | Accepted: 3-10-2022

Primera página | First page: 283

Última página | Last page: 296

Este artículo analiza las trayectorias y experiencias de trabajadores culturales que se desempeñan en políticas culturales de orientación social en Uruguay y Argentina. Se trata de políticas que operan bajo paradigmas cada vez más extendidos de derechos culturales, inclusión y transformación, destinadas a poblaciones socialmente excluidas. El análisis revela a las políticas socioculturales en su entramado cotidiano, permite identificar tensiones rara vez incluidas en las enunciaciones y documentos oficiales, al tiempo que contribuye al incipiente campo de estudios sobre trabajos culturales y artísticos. Se realizaron 50 entrevistas en profundidad, observaciones participantes en espacios de trabajo, análisis de fuentes y una encuesta. Entre los hallazgos principales destacamos la incidencia de la crisis socioeconómica del 2001-2002 en la configuración específica de una generación de trabajadores/as; la fuerte de pregnancia de categorías como “vocación” y “compromiso” no solo entre los trabajadores sino también en los criterios de reclutamiento empleados por las instituciones que llevan a cabo las políticas socioculturales. A su vez, la superposición de sentidos entre trabajo y militancia puede articular con condiciones de trabajo inseguras e inestables, en el marco de programas e instituciones que llevan a cabo políticas culturales de frágil proyección, escasa jerarquización y bajos recursos. 

Palabras clave: políticas culturales, inclusión social, derechos culturales, trabajadores de la cultura, trabajo cultural,

In this article we analyze the trajectories and experiences of cultural workers in socially oriented cultural policies in Uruguay and Argentina. These are policies that operate under increasingly widespread paradigms of cultural rights, inclusion and transformation, oriented to socially excluded populations. The analysis reveals socio-cultural policies in their everyday framework, allows for the identification of tensions rarely included in official documents, while contributing to the emerging field of studies on cultural and artistic works. Fifty in-depth interviews, participant observations in work spaces, document analysis and a survey were conducted. Among the main findings, we highlight the incidence of the 2001-2002 socioeconomic crisis in the specific configuration of a generation of workers; the strong prevalence of categories such as "vocation" and "commitment" not only among workers but also in the recruitment criteria used by the institutions that carry out socio-cultural policies. In turn, the overlapping of meanings between work and social activism can be linked to insecure and unstable working conditions, in the framework of programs and institutions that carry out cultural policies of fragile projection, low hierarchy and low resources.

Key words: cultural policies, social inclusion, cultural rights, cultural workers, cultural work,

Simonetti, P. (2022). Las políticas culturales para la transformación e inclusión social. Una mirada desde las trayectorias de trabajadores culturales en Uruguay y Argentina. methaodos.revista de ciencias sociales, 10(2): 283-296. http://dx.doi.org/10.17502/mrcs.v10i2.597

1. Introducción

En este artículo analizamos las representaciones y trayectorias de trabajadores culturales que se desempeñan en el ámbito de políticas culturales con enfoques de derechos, inclusión y transformación social en Argentina y Uruguay. Nos referimos a personas que actúan en los territorios, con contacto directo y cotidiano con los destinatarios de políticas culturales que se han orientado hacia poblaciones vulneradas y socialmente excluidas. En general, ocupan roles tales como talleristas, técnicos, gestores y gestoras culturales territoriales, animadores socioculturales en los distintos ámbitos donde se despliegan estas acciones culturales de orientación social: barrios populares, cárceles, refugios, hospitales psiquiátricos, entre otros. El análisis de estos actores, sus representaciones, trayectorias y los sentidos que otorgan a su acción es escaso en la tradición de estudios sobre políticas culturales, pero existen razones sólidas para profundizar en sus puntos de vista. Los análisis que tienen en cuenta las experiencias de los actores involucrados en estas acciones pueden arrojar indicios “muy valiosos acerca de las lógicas de funcionamiento concreto de las diferentes instancias de gobierno, lógicas que muchas veces no dejan su huella en los discursos oficiales” (Trufó, 2011, p. 150)Ref34.

En esta línea, el estudio de las trayectorias y las representaciones de las y los trabajadores en terreno constituye un aporte a la comprensión del campo de políticas que llamamos “socioculturales”, en la medida que ayuda a entender sus tramas cotidianas, las operaciones de traducción que estas personas realizan entre los objetivos enunciados y las situaciones concretas, las formas situadas en que tramitan los principales debates y disputas de las políticas socioculturales a través de una intensa reflexividad. De este modo, por ejemplo, las tensiones que permean aún las nociones de cultura o inclusión social forman parte sustancial de la cotidianeidad de las políticas y se expresan de manera particular en las operaciones, en las micro decisiones y en las controversias a las que se enfrentan los y las trabajadoras culturales.

El artículo se estructura de la siguiente manera. En primer lugar, presentamos un acercamiento al surgimiento y características de las políticas socioculturales y construimos una definición operativa para su delimitación conceptual. En segundo lugar, argumentamos la pertinencia de comprender la situación y trayectorias de quienes se desempeñan laboralmente en este ámbito, al tiempo que explicitamos la estrategia metodológica utilizada. En tercer lugar, nos enfocamos en el análisis de las trayectorias de los y las trabajadoras desde una perspectiva sociológica teniendo en cuenta especialmente la dimensión de la militancia, el voluntariado social, los inicios en actividades artísticas, y las significaciones que los actores atribuyen a estas etapas de sus trayectorias en relación con sus trabajos actuales en políticas socioculturales. Por último, desplegamos en las conclusiones una síntesis de los principales hallazgos y perspectivas de investigación a futuro.

1.1. Surgimiento y características de las políticas socioculturales: una definición posible

Consideramos a las políticas socioculturales como acciones e iniciativas que, a nivel internacional y regional, se despliegan e institucionalizan a la luz de paradigmas cada vez más expandidos en torno a los derechos culturales, la democracia y descentralización cultural, y están específicamente dirigidas hacia (y a veces gestionadas con) los sectores populares y los sectores vulnerados de la población (Simonetti, 2018)Ref35.

La cultura es considerada, por lo menos desde comienzos de los años setenta, de manera creciente como parte sustancial de los derechos humanos1, como catalizadora del desarrollo social, la inclusión y la diversidad sociocultural. (Bayardo, 2008)Ref6. Las políticas culturales impulsadas por los gobiernos del ciclo progresista en nuestra región se hacen eco de la expansión de estos enfoques (Simonetti, 2018Ref35, 2021Ref37). Un aspecto problemático de la amplitud de sentidos y áreas de acción de la cultura es que se ha utilizado en muchos casos en tanto recurso para la resolución de problemas socioeconómicos que excedían al ámbito cultural (Infantino, 2011Ref18; Texeira Coelho, 2009Ref39; Yúdice, 2002Ref41). Es en ese sentido que algunos estudios alertan sobre los riesgos de la culturalización de problemas sociales estructurales, la sobrestimación de los poderes de las prácticas artístico-culturales, la posible invisibilización de las condiciones desiguales de existencia a través de procesos acríticamente celebratorios de diferencias culturales, o la responsabilización hacia grupos e individuos por los condicionamientos que los atraviesan (Barbalho, 2020Ref5; Yúdice, 2002Ref41).

En Latinoamérica, pueden identificarse diversas etapas en la implementación y el debate de las políticas culturales. En el marco de transición democrática de los años ochenta, las preguntas relativas a las políticas culturales pasaron a ocupar un lugar importante en la agenda de debates académicos. En cambio, la década de los noventa y el giro neoliberal en muchos países latinoamericanos impactó en su abordaje imprimiendo sesgos descriptivos y cuantitativos (Logiódice, 2012)Ref20. En dicha década coexisten dos fenómenos: el recorte presupuestal para el sector cultural y el correlativo avance del sector privado, y el reconocimiento que va adquiriendo la cultura en las constituciones nacionales latinoamericanas, documentos internacionales y movimientos sociales.

Ciertos analistas latinoamericanos (Chauí, 2013Ref11; Santini, 2017Ref32) señalan que los años 2000 marcan el inicio de una nueva etapa de las políticas culturales coincidente con el ciclo de gobiernos progresistas en la región. Para pensar en esta etapa, suelen referirse al programa brasilero de Cultura Viva Comunitaria y el impulso de los llamados Puntos de Cultura, que se implementan hacia el 2004, con la gestión de Gilberto Gil al frente del Ministerio de Cultura en Brasil durante la presidencia de Lula da Silva, aunque las conceptualizaciones que dan sostén a este modelo tenían ya algunos años. Estas políticas plantean que el rol del Estado en materia cultural deberá concentrarse en reconocer, fortalecer y distribuir recursos para las experiencias culturales que la sociedad civil organizada desarrolla en sus distintos enclaves territoriales. De este modo, procuran dejar atrás modelos elitistas y difusionistas de la cultura (Canclini, 1987)Ref16.

1.2. Trabajo cultural y políticas socioculturales

La ampliación de las acciones y políticas culturales (Bayardo, 2002)Ref6 implica a su vez la emergencia y la profesionalización de identidades laborales y activistas en el ámbito cultural. En otras palabras, los procesos de institucionalización de políticas de democracia y democratización cultural “no pueden existir sin la creación o el soporte de un grupo profesional que se hace cargo de estos ideales políticos” (Paquette, 2016, p. 57)Ref30. En el ámbito de las políticas socioculturales que analizamos esto se traduce en el crecimiento de figuras como talleristas, mediadores, educadores no formales, promotores culturales, gestores socioculturales, entre otros (Simonetti, 2019)Ref36. Sin embargo, la relación entre política cultural e identidades profesionales continúa prácticamente inexplorada (Paquette, 2016, p. 10)Ref30. La fecundidad del análisis de estas figuras no solo se revela como un aporte al campo de las políticas socioculturales, sino también a los estudios sobre el trabajo cultural, que no han prestado atención a estos actores, aunque su situación comparte una serie de características identificadas por la literatura para la comprensión del trabajo artístico-cultural. Se trata de trabajos flexibles, signados por la temporalidad, la intermitencia y la incertidumbre (Menger, 2001)Ref27. Los estudios a nivel internacional y regional muestran que los capitales educativos y simbólicos de estos actores sociales no tienen correspondencia con sus reconocimientos salariales y sus condiciones de trabajo (Mauro, 2018)Ref26. En buena medida, algunas de estas problemáticas están relacionadas con el imaginario del “desinterés” (Bourdieu, 1997)Ref9, lo vocacional, la “libertad” y el “amor a lo que se hace”, propio de estos ámbitos, que puede dificultar la incorporación de las dimensiones laborales implicadas en la producción y en las prácticas artísticas y culturales.

2. Aspectos metodológicos

Este texto es producto de un extenso trabajo de campo en el marco de investigaciones previas que abarcaron el período 2015 a 2021 (Simonetti, 2021)Ref37. Trabajamos con un enfoque cualitativo orientado por la teoría fundamentada en datos (Glasser y Strauss, 1967)Ref17. En el trabajo de campo articulamos distintas técnicas como la realización de entrevistas en profundidad, la observación participante, el análisis de fuentes y la aplicación de una encuesta a trabajadores y trabajadoras culturales. En esa línea, realizamos 50 entrevistas en profundidad (en mayoría a trabajadores/as, aunque se incluyeron participantes-beneficiarios y autoridades) en Montevideo, Paysandú (Uruguay) y el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA, Argentina). El criterio de selección de entrevistados/as fue el de maximizar sus diferencias (Glaser y Strauss, 1967)Ref17, buscando captar tanto las heterogeneidades como las propiedades comunes en el trabajo cultural en políticas socioculturales. Diversificamos, así, los contextos de trabajo, los programas e instituciones en que se inscribían los actores, las disciplinas artístico-culturales en que se desempeñaban, y las poblaciones con las que trabajaban (personas privadas de su libertad, jóvenes desvinculados del sistema de educación formal, personas en situación de calle, habitantes de barrios empobrecidos, pacientes internos e internas en hospitales psiquiátricos). Para ello, tomamos en cuenta nuestro conocimiento previo del campo, que provenía tanto de la trayectoria de nuestras investigaciones anteriores como nuestra inserción profesional en algunas de estas áreas. Esto se combinó con un trabajo de relevamiento de políticas socioculturales existentes en Buenos Aires, Montevideo y Paysandú, y el contacto con sus referentes, que actuaron como facilitadores para llegar a algunos de las y los trabajadores y también reenviaron la encuesta a sus equipos de trabajo.

Las entrevistas tuvieron una duración aproximada de dos horas. Contaban con primer momento de corte biográfico en la búsqueda de reconstruir trayectorias, que indagaba sobre sus familias, educación formal y no formal, trayectoria laboral, y un segundo momento centrado en las características y condiciones de sus trabajos actuales en políticas socioculturales. En ese segundo momento se incluyeron preguntas en relación con cómo entendían y nombraban sus roles, modalidades de ingreso al trabajo, aspectos más valorados y dificultades principales, representaciones acerca del arte y la cultura, percepciones sobre los y las destinatarias de la política, hitos o momentos clave, metodologías de trabajo, emociones y afectos que se movilizaban en sus ámbitos laborales, perspectivas sobre las políticas socioculturales, condiciones de empleo como modalidad de contrato, derechos laborales, afiliación a gremios, entre otros aspectos . Las entrevistas se llevaron adelante en distintos contextos según la disponibilidad de los y las entrevistadas: algunas fueron en bares o cafés, otras en espacios laborales, otras en mi casa o en la casa de mis interlocutores. Esta última situación arrojó información adicional acerca de algunos de los temas tratados en la investigación: por ejemplo, la forma en que el trabajo se imbrica en el espacio doméstico y en diálogo con otros compromisos vitales, como los lazos afectivos. Los hogares de estas personas hablaban de distintas formas del involucramiento intenso con sus actividades laborales que en ocasiones se superponía con la actividad militante.

En lo que refiere al desarrollo de observaciones participantes, visitamos entre el 2017 y el 2019 a los y las trabajadoras en sus espacios laborales, muchas veces participando en las actividades artístico-culturales que proponían. Dichas actividades nos permitieron un acercamiento privilegiado a los contextos en que realizan su labor, los participantes que asisten, las metodologías que utilizan, otros actores relevantes en el trabajo (compañeras y colegas, personal de las instituciones, duplas, etc.), modos de coordinación, situaciones y emergentes en el espacio de trabajo, interacciones y tramas vinculares. De este modo, participamos en talleres literarios en dos hospitales psiquiátricos, uno en Montevideo y otro en Buenos Aires; un taller de radio en una cárcel en Buenos Aires en el marco de un programa de gestión universitaria; actividades artísticas y culturales en un centro cultural destinado a personas en situación de calle en Montevideo; un taller de música en la cárcel de Paysandú; una orquesta infanto-juvenil en un barrio popular en Buenos Aires. También participamos de dos jornadas formativas donde asistieron equipos de trabajo que se desempeñan en cárceles, barrios y hospitales psiquiátricos. Tanto las entrevistas como las notas de campo fueron analizadas utilizando el software de análisis cualitativo Atlas ti.

Por último, la encuesta fue administrada por correo electrónico a través del formato Google Forms e indagó en dos grandes dimensiones: aquellas que refieren a los perfiles sociodemográficos y aquellas referidas al trabajo cultural que realizan con poblaciones vulneradas. De esta manera, el formulario consultó por los siguientes aspectos: género; edad; niveles educativos; lugar de residencia; lugar de trabajo; autopercepción del rol; regímenes de contratación; percepción sobre el estatus del trabajo (estable, inestable, precario, seguro, inseguro); poblaciones con las que trabajan; auto-percepción como artistas; otros trabajos; experiencia militante; afiliación sindical/gremial; principales dificultades y satisfacciones del trabajo; otras personas/iniciativas que conocieran. El criterio de inclusión abarcó a todas aquellas personas que trabajaran en políticas e iniciativas artístico-culturales con poblaciones vulneradas. Combinamos tres estrategias para el envío del formulario, haciéndolo llegar a personas que: a) previamente conocíamos b) técnica bola de nieve a partir de la última pregunta del formulario c) derivaciones y contactos a través de consultas a informantes clave tales como coordinadores de programas o políticas socioculturales identificadas en el relevamiento referido. En total, hubo 112 respuestas. Vale aclarar que no se utilizó un muestreo aleatorio ni tuvo un alcance exhaustivo por lo cual sus resultados no son generalizables. El objetivo fue obtener un marco más amplio para comprender y contrastar algunas dimensiones de estos trabajos culturales, de modo de poner en relación la información obtenida mediante esta técnica con el trabajo cualitativo, predominante a lo largo de toda la investigación.

3. Trayectorias sinuosas entre el trabajo, la vocación y la militancia

En el campo de las políticas socioculturales, resulta frecuente la combinación entre aspectos artísticos, militantes y laborales, algo que en ocasiones puede funcionar de manera sinérgica, pero a la vez ser una fuente de tensiones. Estas configuraciones pueden ser analizadas desde una mirada atenta a las trayectorias y a los significados que otorgan los y las trabajadoras implicados en este tipo de políticas. Así, puede verse de qué manera se significan los inicios en actividades militantes y artísticas, en diálogo con los contextos de socialización primaria (el ámbito familiar, escolar y barrial, entre otros). Luego, estas experiencias iniciales se reelaboran en otros marcos de socialización, donde intervienen otros actores, redes sociales e interpersonales (amigos/as, docentes, organizaciones sociales). En ese sentido, en las trayectorias de los sujetos hay líneas tanto de continuidad como de ruptura o reconversión que, siguiendo a Dubar, pueden conceptualizarse en tanto “transacciones biográficas”, entre “identidades heredadas” hacia “identidades pretendidas” (Dubar, 2000)Ref13. Ciertos momentos significativos en las carreras de los y las trabajadoras entrevistadas, como la decisión de dedicarse profesionalmente a las artes —muchas veces en discordancia con las expectativas familiares— o determinados docentes que resultaron clave para que esa elección fuera posible, se ponen en juego en el marco de sus trabajos culturales actuales. Las categorías de “vocación” y “compromiso” marcan las trayectorias de las y los trabajadores de maneras múltiples, y esto deriva en la combinación de vocaciones artísticas y compromisos militantes en ámbitos caracterizados por condiciones de trabajo precarias, inseguras y cambiantes. A lo largo de sus recorridos, los y las trabajadoras suelen transitar una serie de pruebas y aprendizajes para lidiar con estas condiciones, realizan reajustes atendiendo a una pluralidad de compromisos, en la búsqueda de una ecuación económica que, en un sentido amplio, les permita sustentar la vida.

En lo que refiere a nuestras herramientas teóricas, recuperamos aquí los aportes sociológicos del enfoque biográfico2, donde se revaloriza y se tiene en cuenta a los sujetos, sus trayectorias y los sentidos que a ellas otorgan, pero sin perder de vista el contexto sociohistórico en que se inscriben, y la multiplicidad de condicionantes que este impone. Algunas investigaciones postulan que a través de los enfoques biográficos es posible restituir dimensiones subjetivas, condiciones objetivas y la imbricación entre ambas a lo largo del trayecto vital (Muñiz Terra, 2012, p. 40)Ref29. En ellas, suelen utilizarse andamiajes conceptuales como la noción de carrera y trayectoria a menudo puestos como términos equivalentes, aunque también existen distinciones relevantes (Agrikoliansky, 2017)Ref3. Por ejemplo, Passeron (1991)Ref31 señala que la idea de trayectoria puede inducirnos a pensar en un sentido “balístico”, asociado a un desplazamiento del actor social en tiempo y espacio que traduce la fuerza “determinante del impulso que recibió”, esto es, su socialización inicial. Sin embargo, se pregunta PasseronRef31:

¿quién cree que un individuo [...] sea una cosa tan simple y tan dócil que pueda actualizar de esta manera y a lo largo de su trayectoria un habitus inherente a él, de la misma manera que un punto actualiza a lo largo de la curva la función matemática que define esa curva? [...] Sin embargo, si incluso en el mundo nomológico de la astronáutica es prudente efectuar varias veces el cálculo en curso de trayectoria [...] ¿qué decir de los "campos de fuerzas" sociológicas? (1991, pp. 328-329).

Por su parte, Howard Becker, cuando acuña la noción de carrera para analizar la desviación rompe con estas tradiciones que otorgan una influencia determinante a la socialización primaria y sus efectos. Por esto mismo, introducir la discontinuidad se vuelve central, dado que el compromiso con prácticas o actividades sociales no puede pensarse como una curva continua sino más bien como una serie de líneas quebradas que representan secuencias. Es decir que, más que un estado o una predisposición, la desviación constituye un proceso (Becker, 2018)Ref8.

En las entrevistas realizadas, la temprana experiencia militante resultó un aspecto central y transversal a la mayoría de quienes se desempeñan en políticas culturales orientadas a lo social. Para nuestro análisis, seguimos los aportes que incorporan la noción de carrera en la comprensión de la militancia (Agrikoliansky, 2017)Ref3 en el marco de una sociología interaccionista de los compromisos. Esta perspectiva permite inscribir a las actividades militantes en un análisis secuencial del compromiso, restituir secuencias temporales, su encadenamiento, y cómo se articulan a las trayectorias biográficas más amplias. La biografía es entendida, desde esta perspectiva, como alternancia de trayectos estables y fases de transición o turning points que habilitan potenciales bifurcaciones. En términos teóricos, el relato biográfico constituye una operación que sirve tanto para capturar como para producir la experiencia. Desde esta perspectiva, la experiencia no estaría situada en un lugar inaccesible de los sujetos, sino que se constituye en la interacción social y en el acto de narrarla, en tanto práctica que transforma lo vivido en experimentado, al dotarlo de sentido e interpretación. Los hitos en las biografías no son solamente significativos en su carácter de acontecimientos reales sino, sobre todo, porque son revisados y utilizados constantemente cuando los actores hablan de sí mismos con el fin de dar cuentas de quiénes son (Bruner y Weisser, 1995)Ref10.

Por lo general, las y los trabajadores entrevistados se involucraron en actividades de militancia o voluntariado social en la infancia o la juventud temprana. Estas primeras experiencias estuvieron mediadas por instituciones, que variaban en relación con la clase social y las orientaciones ideológicas de sus familias y hogares. Así, en las entrevistas surgieron instituciones religiosas principalmente por dos vías: quienes asistían con regularidad en su niñez a actividades socioculturales organizadas por las iglesias de sus barrios y quienes lo hacían a través de escuelas privadas de orientación religiosa, mayormente católica cristiana. En general, los primeros provenían de hogares de sectores populares y los segundos de sectores medios.

Esos tempranos acontecimientos dejaron huellas significativas y muchos/as subrayaron la importancia de haber participado, principalmente en la infancia o adolescencia, en grupos de recreación y animación sociocultural donde se hacían campamentos y retiros, o recordaban fundamentalmente actividades solidarias en barrios populares (voluntariados en merenderos y comedores comunitarios, por ejemplo). Hemos notado que la participación en estas actividades funcionaba en los relatos de los y las entrevistadas como el momento del “despertar” de sus sensibilidades, vocaciones y compromisos hacia causas sociales. Se trataba, sin embargo, de un compromiso que iría cambiando en sus formas.

Para entender estas transformaciones, veremos en mayor detalle el caso de Alejandra. Alejandra tiene 38 años, vive en Montevideo, es actriz y se desempeña como tallerista, docente y coordinadora de grupos de teatro tanto en instituciones de educación superior como en iniciativas socioculturales (un centro cultural orientado a personas en situación de calle y un centro juvenil ubicado en un barrio popular). Alejandra nació y vivió gran parte de su infancia y adolescencia en un barrio de la periferia de Montevideo, su madre era empleada doméstica y su padre feriante. Comenzó a trabajar desde adolescente, acompañando a su padre en sus labores en la feria. En ocasión de la entrevista, Alejandra recordaba los inicios en actividades solidarias ligadas a la iglesia de su barrio y alentadas por sus padres y su abuela. Al mismo tiempo, explicaba que le costó mucho “desestructurar” los mandatos religiosos que provenían de su hogar. En sus palabras:

Lo que tiene más que ver con lo social fue a partir de la Iglesia. (…) Me acuerdo de que la primera vez que visité Los Boulevares [barrio situado en la periferia de Montevideo] que me acuerdo clarito fue a llevar cantidad de cosas a una señora que tenía pila de hijos, le llevamos ropa, estuvimos todo el día con ellos...me acuerdo clarito de eso. (…) Ayudar entre comillas porque la iglesia lo hace de ese lado... fue por ahí (…) Así que sí, un pasado religioso, la otra vez hablábamos con Gabi [compañera de trabajo] porque ¿quién no? Porque es generacional también, obvio que hay familias que la tienen re clara y estuvieron lejos siempre de la iglesia (…) Me acuerdo de los grupos, de los retiros de tres días, fueron muy reveladores, era una convivencia espectacular, conocer otra gente, otras realidades. Me acuerdo del poder... poder hablar, compartir, me acuerdo momentos muy claves, yo era muy tímida, y poder sacar mi palabra, ta... salado… (Alejandra, 38 años, actriz y tallerista de teatro, entrevista realizada en setiembre 2019).

Como se desprende del relato de Alejandra, en sus primeros involucramientos en actividades “sociales” pueden entreverse tanto continuidades como distanciamientos y rupturas. Así, el tránsito temprano por la iglesia era recordado con sus momentos positivos y otros donde la institución se convertía en objeto de crítica y distanciamiento. Asimismo, Alejandra vinculaba estas experiencias con un nivel que trascendía a su vivencia personal, por ejemplo, cuando traía a escena la conversación con su compañera de trabajo (Gabi), donde se preguntaba “¿quién no?”, lo que le servía para inscribirse en el marco de una generación, tema al que volveremos más adelante. Al hablar de sus procesos de distanciamiento respecto de la iglesia, Alejandra ofrecía un ejemplo contrastante: su pareja, cuya militancia, por el contrario, parecía haber seguido una trayectoria continua (balística, podríamos pensar, en los términos de Passeron, 1991)Ref31 que justificaba por su procedencia familiar:

Pienso cómo eso se resignifica, es algo que hablo mucho con Ana [su pareja], su familia es todo lo contrario, políticamente muy militantes, padre preso político, el tema de la iglesia y la institución iglesia...totalmente ateos, o sea nada... cuando empezás hablar con ella es difícil y hay que entender de dónde vienen... Y más allá de la institución [católica] tenés gente con la que hiciste un puente, y tuviste una relación (Alejandra, 38 años, actriz y tallerista de teatro, entrevista realizada en setiembre 2019).

La historia de Alejandra habla, entonces, de un trabajo de reelaboración. Esas primeras actividades relacionadas con la iglesia se resignificaban en interacciones sostenidas con otros y otras cercanas y significativas, como su compañera de trabajo o su pareja. El caso de Alejandra resulta ilustrativo de los procesos por los que transitaron varios/as entrevistados/as que se involucraron en actividades de voluntariado social en la infancia o temprana juventud a través de instituciones religiosas. Las nociones de “ayuda” o “caridad” asociadas al discurso católico-cristiano en relación con la pobreza, resultaban en general reelaboradas con el correr del tiempo por estos actores, e incluso criticadas, en la búsqueda de distinguirse de ellas para adherir a un vocabulario que remitía a “luchas”, “militancia” y “derechos”, que se ajustara mejor a las prácticas que desempeñaban. Es posible resumir estos movimientos en el pasaje de la categoría “voluntariado” a la categoría “militancia”, para redefinirse ideológica e identitariamente en relación con sus compromisos hacia causas sociales.

Diversos analistas que se abocan a la comprensión de trayectorias militantes señalan transacciones posibles entre distintos marcos de socialización (Dubar, 1985Ref12, 2000Ref13; Loeza Reyes, 2007Ref19; Longa, 2016Ref21). Algunos identifican una transformación de identidades en contextos de socialización secundaria donde “uno puede poner en cuestión las relaciones sociales interiorizadas a lo largo de la socialización primaria” (Dubar, 2000, p. 102)Ref13. Este autor acuña la fórmula “transacción biográfica” para explicar la dialéctica entre la identidad heredada (de la familia de origen) y la identidad pretendida, que puede estar en continuidad o en ruptura con aquella. En una línea similar, Lilia Mathieu (2010)Ref24 en su análisis de “Educación sin fronteras”, identificó un proceso de “socialización contra”: los actores con los que trabajó exhibían una socialización religiosa temprana y una ruptura con la institución religiosa, que favorecía disposiciones a la crítica, una relación conflictual y acciones militantes que tomaban a su cargo las poblaciones más estigmatizadas, inclusive por la propia iglesia. Retomando nuestro caso, en la trayectoria de Alejandra se visualizan dinámicas de continuidad y distanciamiento. Existe continuidad en su compromiso con los sectores populares y vulnerados, pero también distanciamiento en el “vocabulario de motivos” (Mills, 1940)Ref28 y las orientaciones ideológicas que explican ese compromiso (como decíamos antes: el tránsito del voluntariado a la militancia). Incluso existen rupturas más notorias con estos primeros marcos de socialización que se pueden ver, por ejemplo, en el activismo actual de Alejandra en movimientos feministas y militancia LGTBI+.

El caso de Alejandra representa uno de los trayectos posibles, pero no el único. Uno de los hallazgos comunes en las entrevistas tiene que ver con la articulación de los trayectos con los marcos históricos y políticos de mayor escala. Por ejemplo, las dictaduras militares imprimieron marcas sobre todo en la generación de los padres de los y las entrevistadas. Pero la experiencia social más relevante en la mayor parte de los relatos biográficos fue la crisis del 2001 en Argentina y del 2002 en Uruguay.

En varias entrevistas, a las crisis de los años 2000 se los otorga sentidos “determinantes”, y se las identifica como momentos de inflexión o puntos de giro en las trayectorias. Veamos de cerca dos casos que dan cuenta de este proceso. Juan y Gabriela se desempeñan como talleristas de artes escénicas en programas que funcionan en cárceles, escuelas de barrios populares y en organizaciones sociales. Gabriela tiene 40 años y Juan 43, son argentinos y ambos tuvieron que empezar a trabajar desde muy jóvenes. Fue hacia los años 2001 y 2002, en el marco de la crisis, cuando comenzó su involucramiento en actividades militantes, algo que no abandonarían hasta al presente:

En 2000, 2001 (…) encontré un grupo, en el Banco Mayo tomaron, hicieron centros culturales y merenderos. (….) Me acuerdo que habíamos puesto un merendero, propuse la idea de pedirle a los comerciantes un litro de leche, el sábado íbamos a buscar eso o galletitas, había mucha hambre, eso funcionaba, íbamos a buscar a los chicos al barrio y hacíamos el merendero, y ahí hacíamos actividades artísticas, teatrales... Y eso me entusiasmaba mucho, esa acción, ya después tener que ir a una marcha y eso, no me identificaba todavía. (Juan, 43 años, entrevista realizada en octubre de 2019).

En estas palabras ya es posible encontrar incipientes articulaciones entre actividades orientadas a lo social con prácticas artísticas y culturales, algo que también se manifiesta en la entrevista con Gabriela:

La militancia aparece más grande, en un merendero. Ya cuando después del 2001, acá en Buenos Aires aparece el tema de los comedores, los merenderos. Fue en Provincia [de Buenos Aires]. Y yo conocía, yo hacía encuestas, necesitaba laburar. (…) conocía a una compañera que estaba militando en un merendero, le digo ―está este merendero y me dice “¿me acompañás?” Y fuimos juntas. Ahí empezó todo. Porque empecé con teatro del oprimido. (Gabriela, 40 años, entrevista realizada en octubre de 2019).

Los años 2000 fueron rememorados también por personas más jóvenes. Por ejemplo, Flavia (25 años), educadora y tallerista de hip hop, que era una niña cuando la crisis del 2002 en Uruguay, contaba que en ese período conciliaba las actividades laborales de su familia —sobre todo de su madre, maestra— con su participación en actividades de voluntariado sociocultural. En su relato, Flavia daba enorme importancia a estas actividades solidarias en las que se involucró durante el período de la crisis identificándolas como una influencia ineludible para su elección posterior de la carrera de educadora social y su implicación en prácticas artísticas, culturales, recreativas con orientación social.

Es posible entonces dar cuenta de mediaciones entre distintas escalas de lo social (Fillieule, 2015)Ref15, que podríamos pensar a la luz de la pertenencia de una misma generación. Aunque la compresión sociológica de las generaciones estuvo primero ligada a grupos etarios, luego se fue complejizando e incorporando otros factores de relevancia, de modo que la contemporaneidad cronológica no es suficiente para hablar de su existencia. Mannheim (1970)Ref23 introdujo la idea de que una generación se convierte en “generación efectiva” cuando comparte la experiencia de determinadas dinámicas sociales. Para Mauger (2013)Ref25, existen distintas formas de identificar una generación en el espacio social, que pueden tener en cuenta desde la entrada en el mismo momento en “una misma profesión, a la participación en un mismo 'acontecimiento-fundador' (como una guerra o una crisis política: la guerra de Argelia o Mayo 68), la confrontación a una misma situación (la crisis del mercado de empleo, por ejemplo)” (en Longa, 2016, p. 54)Ref21. Así, ciertos autores enfatizan “la importancia de los acontecimientos históricos traumáticos en la creación de una conciencia generacional” (Beck, 2006, p. 20)Ref7. Por su parte, Aiziczon (2018)Ref4 recurre al concepto de “sentimientos epocales” de Raymond Williams, mientras que Agrikoliansky (2017)Ref3 destaca la importancia de la experiencia cosmopolita en las biografías de los militantes altermundialistas. De estos análisis no se traduce que las marcas de lo “macro” en lo “micro” expliquen por sí mismas la emergencia de militantes, activistas, voluntarios, pero sí indican que tienen un rol relevante en su constitución. En ese sentido, las generaciones podrían entenderse como marcos sociales comunes de subjetivación.

A lo anterior cabe sumarle que, en el contexto latinoamericano, hacia la década de los noventa y principalmente en torno de los 2000, toma fuerza la configuración de un “nuevo ethos militante”(Svampa, 2010)Ref38 forjado al calor de experiencias organizativas que se caracterizan por el anclaje territorial, los ideales autonomistas, las orientaciones hacia la democracia participativa, las prácticas asamblearias y la horizontalidad en la toma de decisiones, que van dejando atrás los modelos militantes propios de décadas anteriores (ligados al movimiento obrero y orientados a la toma del poder estatal). Siguiendo a Svampa (2010)Ref38, en estas configuraciones militantes que se afianzan a partir de los años 2000, se destacan también experiencias de activismo cultural.

3.1. La vocación y la contradicción entre “arte” y “economía”

En el grupo de personas entrevistadas había quienes se definían como talleristas, docentes, gestores, y hablaban de una relación personal amateur o con “fines expresivos” con las prácticas artísticas, y quienes se definían como artistas profesionales. Estos últimos solían recordar sus primeras elecciones como rupturas con expectativas familiares imaginadas o explícitas, dado que oponían el camino del arte a lo “económicamente rentable”.

La experiencia de quiebre con las expectativas familiares también podía ser reelaborada en el presente: al trabajar con poblaciones vulneradas de las que “no se espera” que se dediquen a actividades culturales o artísticas con fines profesionales, los y las trabajadoras ponían su propia vida como “ejemplo” de que era posible articular arte y economía o, más precisamente, considerar lo artístico como una opción vital profesional.

Vocación es una expresión que movilizaron en general las trabajadoras y trabajadores para hablar de cómo se iniciaron en disciplinas artísticas como el teatro, la música, el cine, la escritura. De este modo, en las entrevistas aparecieron algunas de estas expresiones: “Si bien siempre tuve desde muy niña como una clara vocación artística no vivía en un contexto familiar en donde eso existiera”; “Mis padres eran laburantes sensibles, como para alentar una vocación que se vio desde que hablé”; “Yo continué con la vocación del teatro, a partir de esa apertura que hizo el profesor”; “seguía mi instinto natural”.

Sapiro (2012)Ref33 señala los “oficios vocacionales” son actividades que involucran la idea de misión, servicio, “don de sí” y demandan una forma de ascesis, de “inversión total en la actividad, considerada como fin en sí misma” (p. 503)Ref33. Asimismo, las actividades artísticas, caracterizadas como vocacionales, oponen a la rutinización de tareas y la intercambiabilidad de los individuos las nociones de carisma de una personalidad única, cuyo nombre propio constituye el capital simbólico, también se opone el don individual a la competencia certificada, y la gratuidad y el desinterés al principio de utilidad (2012, p. 503)Ref33.

La noción de vocación no solamente opera en el campo artístico, transversaliza el ámbito militante y el educativo. Así, los y las entrevistadas hablaban de que no podían hacer otra cosa, y apelaban a una idea de “llamado” o “destino”. En algunos casos, estos sentidos estaban amarrados a sus orígenes familiares.

Es interesante considerar cómo la vocación modula los “trabajos sobre los otros” (Dubet, 2006)Ref14. Si bien es una categoría que “ya no tiene buena prensa porque evoca una adhesión ciega que choca de lleno con los valores de reflexividad, de profesionalismo y de dominio de sí que hoy se imponen por todas partes” (Dubet, 2006, pp. 39-40)Ref14, asistimos a un juego entre lo sagrado y lo profano en que la vocación persiste pero con otras connotaciones.

El profesional del “trabajo sobre los otros”, gracias a la fuerza con que aún actúa la noción de vocación, es imaginado como alguien que difiere de los demás trabajadores. Alguien cuya legitimidad no está solamente asentada en una técnica o en un saber hacer, sino en su adhesión a principios fundamentales, beneficiándose así de una autoridad carismática. En general, “los suponemos capaces de olvidarse, (…) sacrificarse, entregados a una causa superior; son a menudo solteros, no ganan dinero, o no tanto como podrían ganar, defienden un bien común antes que (…) intereses propios” (Dubet, 2006, p. 41)Ref14. Estos atributos distintivos, en los que se fundaría una legitimidad específica, conviven con el escaso reconocimiento salarial percibido por los/as trabajadores/as, máxime si sus actividades están orientadas al cuidado, ya que ocupan los lugares inferiores en las jerarquías profesionales, y “encuentran persistentes dificultades para demarcar sus jurisdicciones específicas, tanto respecto de otras profesiones como respecto de los legos” (Abbot y Wallace, 1990, p. 202)Ref1.

En la actualidad la vocación toma una deriva más psicológica que sagrada, pero continúa siendo uno de los criterios básicos de reclutamiento en las profesiones del trabajo sobre los otros, algo que se evidencia en las convocatorias laborales que evocan relatos de vida leídos en clave de indicadores de vocación. De hecho, la categoría de vocación en ocasiones está explícita en llamados laborales en el ámbito del trabajo cultural en políticas socio-culturales. Así, por ejemplo, en una convocatoria pública de la Intendencia de Montevideo para talleristas en disciplinas artísticas para trabajo en barrios populares, la apelación a la vocación aparece en segundo lugar de en un listado de once puntos de capacidades requeridas y valoradas en el perfil buscado: “Perfil del/la Tallerista: 1. Formación y experiencia en la disciplina de referencia 2. Vocación de trabajo en estos ámbitos (…) (Intendencia de Montevideo, 2018, Resolución N. 5684/18)

Ahora bien, la vocación no solamente tiene una connotación sacrificial, sino que también puede amarrarse con emociones positivas, como el entusiasmo y el placer. Abramowski (2015)Ref2 plantea que la vocación es la categoría afectiva fundante de la docencia como profesión (2015, p. 68)Ref2 y matiza la clásica perspectiva proveniente de la relación de la escuela con la matriz eclesiástica, la asociación entre maestro y sacerdote, que lleva a concebir a la docencia como misión o apostolado e interpretar la vocación priorizando su carácter sacrificial y abnegado. Según Abramowski, se trata de una perspectiva que se ha visto reforzada por el privilegio que ha gozado el modelo del sociólogo Norbert Elías a la hora de explicar y describir el mundo emocional moderno, basado en la represión de los afectos y el pasaje de la cultura bárbara a la civilizada que pondría en el centro al rigor, la seriedad y la vergüenza como modos de sentir predominantes. No obstante, existen motores afectivos como el gusto y el entusiasmo, que difícilmente “se encuentren a partir de privilegiar la lectura de la represión de los afectos “bárbaros” y su sustitución por unos “civilizados”. (Abramowski, 2015, p. 70)Ref2.

Las personas entrevistadas cuyos trabajos culturales pueden entenderse —al igual que el trabajo docente y el trabajo social— en tanto “trabajos sobre los otros”, hablaron con recurrencia acerca de los afectos positivos en relación con sus trabajos: “es lo que a mí más me apasiona de este trabajo, es el otro, la otra. Yo soy un apasionado de mi trabajo, de trabajar con gente”; “Es la magia que trae todo después, cuando te llama un padre y te dice, llorando prácticamente, me encanta la canción de mi hijo”; “Esas cosas son impagables”; “si no está lo afectivo no existe, no funciona”; “Y después disfrutar de los resultados que eso es lo mejor, lo mejor. Esas pequeñas victorias cotidianas son lo mejor, es como el éxtasis de este trabajo”; “me encanta, de hecho, es una opción”.

En síntesis, la categoría vocación (como misión, destino, llamado) fue ampliamente movilizada por los y las entrevistadas. Estuvo presente en los relatos de sus comienzos en el mundo artístico-cultural pero también operaba en sus trabajos actuales. Se trata de una categoría que no puede leerse bajo una óptica inequívoca del sacrificio y la abnegación, dado está también atravesada por afectos positivos como el entusiasmo, la alegría y la pasión.

3.2. Articulaciones entre trabajo y militancia

Trabajar en políticas socioculturales, por lo general, suponía para las personas entrevistadas una forma virtuosa de articular lo “artístico” con lo “social”, pero también presentaba desafíos derivados de las condiciones laborales frágiles, la energía, el tiempo, los recursos y el trabajo gratuito que en muchos casos demandaba.

A partir del material de campo fue posible identificar tres articulaciones típicas entre militancia y trabajo cultural remunerado: 1) intermitencias, 2) superposición e indistinción y 3) relación secuencial. De esta manera, a menudo el trabajo en políticas socioculturales comenzaba de manera militante y luego obtenía reconocimiento salarial (relación secuencial), pero también, por la propia fragilidad e inestabilidad de las políticas, existían nuevos períodos en que los contratos se suspendían o se retrasaban considerablemente los pagos (intermitencias). La idea de superposición e indistinción se manifestaba toda vez que los y las entrevistadas calificaban su actividad simultáneamente como trabajo y como militancia.

A lo anterior se suma que estas personas suelen dedicar mucho tiempo por fuera del que sus contratos contemplan en reuniones de equipo, gestiones con otros actores e instituciones, eventos, muestras, presentaciones los fines de semana o en horarios que están por fuera de los remunerados.

Por lo tanto, en estos trabajos se realizan tareas que exceden en mucho las contempladas en sus horas de contratación, suceden continuas intermitencias en las contrataciones y emergen “voluntades no remuneradas” (en palabras de un entrevistado) para que el trabajo llegue a buen puerto. Así, los actores parecen tener que negociar continuamente qué es aceptable y qué no, cuáles son los límites de su rol, cuánto tiempo y energía es posible/deseable en cada situación. Respecto a los vínculos con las y los destinatarios, debido a que trabajan en contextos de agudas problemáticas sociales, se vuelve un reto cotidiano para estas personas determinar los alcances de su implicación emocional.

Desde una mirada crítica, es posible alertar acerca de usos estratégicos del compromiso militante de los trabajadores y trabajadoras, por parte de las instituciones en que se insertan, de manera de sostener políticas frágiles, poco reconocidas y valoradas, con escaso e inestable presupuesto, sin recursos materiales y en espacios que no son los adecuados. Tanto el compromiso como la vocación pueden estar en la base de condiciones de trabajo precarias y flexibilizadas, y algunos analistas advierten que existe un arraigado imaginario autoprecarizante entre los trabajadores de la cultura y las artes (Lorey, 2006Ref22; Mauro, 2018Ref26). Esta lectura, de innegable pertinencia cobra ciertos matices cuando se miran las experiencias de los actores situados. Así es que en nuestro trabajo de campo notamos las personas eran conscientes de sus condiciones precarias de trabajo y activaban algunas tácticas tanto en el plano colectivo como en el individual para contrarrestar esa precariedad. A su vez, los actores evaluaban y reevaluaban sus compromisos en el marco de una pluralidad de inscripciones organizadas por regímenes de valor a veces no conmensurables. Muchas veces, aquello que las personas consideraban más valioso en sus trabajos entraba en el terreno de lo “impagable”.

4. Conclusiones

En este artículo nos ocupamos del trabajo cultural que llevan adelante las personas involucradas en acciones artísticas y culturales con poblaciones vulneradas (personas privadas de su libertad, internas e internos en hospitales psiquiátricos, en situación de calle, en barrios empobrecidos) en el marco de distintas políticas socioculturales. Esta apuesta metodológica que buscó diversificar perfiles y contextos nos habilita a proponer algunas lecturas de conjunto que aporten a la comprensión de una labor extendida no solo regional sino internacionalmente, pero escasamente atendida desde los análisis sociológicos de la cultura y las políticas culturales.

Los y las trabajadoras en políticas socioculturales cumplen roles como talleristas, gestores culturales, mediadoras, técnicos, operadoras, educadores. Algunos se dedican de manera profesional al mundo del arte, otros trabajan como docentes en instituciones educativas formales y no formales. En términos generales, este mundo laboral se caracteriza por el multiempleo.

El ámbito de las políticas socioculturales es propicio para la articulación de lógicas militantes, artísticas y laborales, algo que es vivido de manera compleja por las personas involucradas, que encuentran en ello tanto motivos de satisfacción como tensiones y dificultades.

La heterogeneidad de perfiles anteriormente referida nos previene acerca de los límites que pueden tener nuestras tentativas de generalizar ciertos hallazgos. Sin embargo, aún a riesgo de subestimar las diferencias, entendemos pertinente recuperar algunos núcleos comunes de la experiencia de estos trabajadores/as. A través del análisis de trayectorias, vimos cómo los inicios en prácticas artísticas y militantes se inscribían en determinados contextos de socialización: sus familias, lugares de residencia, escuelas, a la vez que señalamos la existencia de una serie de “transacciones biográficas” que habilitaban líneas de continuidad, ruptura o reelaboración. Los comienzos estuvieron mediados por ciertas instituciones, variables según las adscripciones de clase y las orientaciones políticas de la familia de origen. De este modo, para varios entrevistados, las prácticas religiosas principalmente de orientación católica-cristiana (por la vía de la iglesia barrial o la escolarización primaria) tuvieron un papel relevante en sus primeros acercamientos a las actividades sociales y culturales. En la mayoría de los casos, estas instancias funcionaron como primeros motores de sus sensibilidades y compromisos con causas sociales, algo que se mantendrá a lo largo de sus trayectorias, pero cambiará sustancialmente en sus motivaciones y bases ideológicas. En sus relatos, identificamos este pasaje como una transición de “voluntariados” a “militancias”.

El enfoque de trayectorias nos permitió acercarnos a dimensiones subjetivas y acontecimientos sociales de mayor escala y, sobre todo, analizar sus articulaciones en la experiencia de los sujetos. En esa línea fue que resaltamos las huellas generacionales de la crisis social, económica y política del 2001-2002, en la modulación específica de los compromisos militantes en acciones socioculturales. Apelar a la categoría de las generaciones nos sirvió para enmarcar la experiencia social de subjetivación compartida por varios actores. Vale aclarar que somos conscientes de las objeciones y dificultades teóricas que acarrea el concepto de generación (entre otros, la dificultad de determinar su duración, su eficacia histórica, su alcance), pero consideramos la vigencia de su fecundidad para el análisis de imbricaciones entre marcos subjetivos y estructurales, o dicho de otro modo, para la comprensión de esas “vagas pero fundantes estructuras del sentir y del pensar” (Urresti, 2002, p. 95)Ref40.

Por su parte, una categoría transversal a los relatos de los entrevistados y entrevistadas cuando referían a sus prácticas artísticas, militantes y laborales, fue la idea de la vocación. Aportes conceptuales como los de Dubet (2006)Ref14 nos permitieron pensar en la deriva psicológica por sobre la sagrada que ha tomado esta categoría en la actualidad. A su vez, identificamos su pregnancia no solo en los discursos de los y las entrevistadas sino también en los propios criterios de reclutamiento de trabajadores de las políticas socioculturales. Este tipo de involucramiento con la labor enlaza con las dificultades de trabajos en general caracterizados como inestables e inseguros y muy demandantes en términos de la inversión de tiempo, energía y recursos personales.

Con base en las entrevistas realizadas, propusimos que en las políticas socioculturales la articulación de la militancia con el trabajo remunerado podía expresarse en tres formas típicas. Así, distinguimos una relación de “intermitencia”, que refiere a las irregularidades en la situación de los y las trabajadoras a lo largo del tiempo, concretamente a la interrupción o al atraso en la percepción de sus salarios; otra relación de superposición o indistinción, referida a la experiencia subjetiva de vivenciar este tipo de trabajo como militancia; y una tercera relación que llamamos secuencial, en relación con aquellas circunstancias en que los y las trabajadoras habían desarrollado la misma actividad de manera honoraria antes de ingresar formalmente a los programas e instituciones donde se desempeñaban. En ese sentido, identificamos ciertos riesgos de la superposición de sentidos entre trabajo y militancia, en la medida que los compromisos ideológicos y afectivos, sumados a las recompensas simbólicas y morales obtenidas, pueden estar en la base del sostenimiento de condiciones de trabajo precarizadas. En otras palabras, ser utilizada por parte de las instituciones que llevan a cabo políticas culturales de muy frágil proyección, escasa jerarquización y bajos recursos.

La “disposición militante”, asimismo, actúa en la base de una percepción extendida entre los y las trabajadoras culturales en estos ámbitos: la vivencia de que hacen “todo”. La polivalencia de sus roles (Simonetti, 2019)Ref36 también puede leerse como efecto de los enunciados cada vez más amplios y ambiguos en los que se enmarcan las políticas culturales. Los márgenes de acción que tienen los y las trabajadoras en las políticas socioculturales son amplios, en parte debido la precariedad y el voluntarismo que todavía atraviesa estas acciones, en parte gracias a estas ambigüedades que se presentan en las nociones centrales que enmarcan su acción, como cultura, derechos culturales o democracia y democratización cultural. Pero, además, la flexibilidad, asociada a la autonomía, suele ser un elemento altamente valorado por las y los trabajadores culturales.

En los últimos años, los paradigmas de democracia cultural, derechos a la cultura y en general las acciones culturales dirigidas a sectores vulnerados de la población gozan de una legitimidad discursiva que en general no tiene correspondencia con los recursos que las instituciones les destinan ni tampoco con su jerarquización al interior de las mismas.

Ahora bien, si se ponen en relación las trayectorias de los actores con su situación actual, es posible complejizar algunas de estas caracterizaciones del trabajo cultural en políticas socioculturales en relación con su carácter frágil, irregular y poco reconocido. Las trayectorias no solamente hablan del desarrollo de disposiciones militantes y de las tempranas y persistentes contradicciones entre arte-economía en las experiencias de las personas, sino que también permiten observar desplazamientos. Entre las y los entrevistados, están quienes hacían estos trabajos de maneras militantes y pasaron a hacerlo de manera rentada, o quienes crecieron en contextos donde no había políticas e iniciativas como las que ellos y ellas llevan adelante. Inclusive en sus distintas experiencias en actividades socioculturales a lo largo del tiempo existen desplazamientos, como recordaba por ejemplo un tallerista de teatro en barrios de sectores populares de Montevideo: “hace 10 años nosotros sentíamos que eras como un misionero que iba a la selva y si sobrevivías te mandaban más apoyo y si no se abandonaba el lugar y se iba a otra selva. La gente ahora está acostumbrada a que existan talleres en el barrio”.

Si la mirada sincrónica indica que no existe una correspondencia entre la progresiva legitimidad discursiva de las políticas culturales de orientación social y las condiciones en que se implementan, el análisis de estas trayectorias habilita a pensar que al menos en los últimos quince años ha habido movimientos tendientes a la formalización de estas políticas y de las personas que se desempeñan laboralmente en ellas, que estuvieron especialmente ligados al ciclo de gobiernos progresistas en la región y a la consolidación e injerencia de redes de organizaciones sociales y comunitarias de la sociedad civil que trabajan en torno a lo artístico-cultural en vínculo con la cuestión social.

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1) La incorporación de los derechos culturales como parte de los derechos humanos tiene su primera consagración en el ámbito de la institucionalidad internacional a mediados del siglo XX, al aparecer en la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre de la Organización de Estados Americanos y de las Naciones Unidas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. A través del ciclo de conferencias intergubernamentales que se abre en 1970 en Venecia y cierra en México en 1982, se visualiza un progresivo desplazamiento desde la concepción de la cultura asociada a las bellas artes hacia uno ampliado que contempla dimensiones como la identidad y el desarrollo, conceptos que luego serán ampliamente problematizados. Si bien los Estados contaban con espacios culturales como museos, teatros, bibliotecas, etcétera, desde décadas atrás, es en este momento cuando se crean y ponen en funcionamiento instituciones de gobierno que centralizan estas políticas.

2) Los inicios de esta perspectiva pueden rastrearse hacia la década del 20 en Estados Unidos en el marco de la Escuela de Chicago. Una obra que se considera clave e inspiradora es El campesino polaco en Europa y Estados Unidos, de Thomas y Znaniecki.

Simonetti, Paula

Paula Simonetti es doctora en Sociología (EIDAES-UNSAM) e investigadora posdoctoral en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Sus líneas de investigación están enfocadas en la sociología de la cultura y el arte, las políticas culturales, el trabajo artístico y cultural, la cultura comunitaria y los derechos a la cultura.